Finaliza el año 2018; inicia el año 2019. Estos son momentos oportunos para reflexionar sobre nuestras palabras – tanto las palabras habladas como también las palabras no habladas.
Palabras poderosas y vivientes de Dios, de Jesús.
Dios dijo: “Que haya luz”; y hubo luz. (Génesis 1:3) ¡Fantástico!
De manera similar, Jesús dijo a un paralítico: “Tus pecados te son perdonados.” Y unos momentos después le dijo: “¡Ponte de pie, toma tu camilla y vete a tu casa!”. Y el hombre se levantó de un salto, tomó su camilla y salió caminando entre los espectadores, que habían quedado atónitos. Todos estaban asombrados y alababan a Dios, exclamando: “¡Jamás hemos visto algo así!” (Marcos 2:5 y 11-12). ¡Qué palabra de poder sanador y salvador! Palabras que dan vida.
Esto nos hace recordar las palabras de Pedro, discípulo de Jesús: “Señor Jesús, tú tienes las palabras que dan vida eterna.” (Juan 6:68) ¡Maravilloso!
Palabras tienen poder. Producen cambios. Sanan. Salvan.
Nuestras palabras sin obras o sin frutos son muertas, no tienen peso.
Nuestras palabras tienen poder creador, poder sanador y poder motivador, siempre y cuando estén acompañadas por actos correspondientes. De otra manera, son palabras vacías, muertas, palabras sin poder, sin peso.
El apóstol Santiago da un ejemplo para explicar esto: “Supónganse que ven a una persona que no tiene qué comer ni con qué vestirse y uno de ustedes le dice: ´Adiós, que tengas un buen día; abrígate mucho y aliméntate bien´, pero no le da ni alimento ni ropa. No le sirve para nada.” (Santiago 2:15-16)
Quizás esto nos lleva a decir: “Entonces, olvidémonos de las palabras. Lo que cuenta son los hechos, las obras visibles.” Quizás Francisco de Asís tenía esto en mente cuando formuló la célebre frase: “Predica el Evangelio en todo momento, y si es necesario usa las palabras.” ¡Qué frase acertada! Y al mismo tiempo: ¡Qué frase peligrosa!
Es acertada esta frase pues acentúa que nuestras palabras no tienen el efecto deseado si no son acompañadas por obras correspondientes. Por otro lado, es una frase peligrosa pues parece hacernos creer que nuestras obras (nuestro comportamiento, nuestros actos) sin palabras puedan ser suficientes y adecuadas para comunicar con claridad y en forma completa el Evangelio de Jesús. Y esto no es así.
Nuestras obras o comportamientos sin palabras son muertas, no tienen peso.
Nos equivocamos cuando identificamos el Evangelio con lo que nosotros hacemos o con la manera como nosotros nos comportamos, en lugar de lo que Dios ha hecho por nosotros y por el mundo en Jesucristo. Y lo que Dios ha hecho por nosotros y por el mundo en Jesucristo no puede ser comunicado adecuadamente sin palabras.
De nuestras experiencias diarias sabemos que las relaciones entre personas requieren palabras. Sabemos que una comunicación satisfactoria requiere de palabras habladas en forma entendible. Por ejemplo, ¿cómo puedo hacerle entender y aceptar a mi esposa que la he perdonado, si no usare palabras? ¿Cómo puedo elogiar a mi hijo por completar bien su tarea sin usar una palabra? Es difícil. Quizás imposible.
De manera similar, es imposible para alguien entender y aceptar el Evangelio de la Salvación por Jesucristo sin que una persona use palabras para explicárselo.
El apóstol Pable lo explica así: “La fe viene por oír, es decir, por oír la Buena Noticia acerca de Cristo.” (Romanos 10:17). Y oír solo es posible si alguien habla.
Queda claro entonces: Si yo no expreso en palabras mi perdón o mi elogio, las personas a quienes quiero comunicarlo nunca recibirán el mensaje completo. Y si no pongo en palabras el testimonio de mi fe en Cristo, y si no explico a mi prójimo el contenido de mi fe, estoy privándole del privilegio de aceptar a Cristo como su Salvador y Señor.
Es por esto que las palabas que yo no hablé pueden privarle de vida eterna a las personas quienes no podían oír lo que yo quise que escuchen porque yo no lo puse en palabras.
Navidad – la fiestas de la buenas palabras.
Los ángeles hablaron a María, a José, a Elisabeth y a unos cuantos más. (Lucas 1) Y su mensaje hablado cambió vidas.
Los pastores de ovejas contaron a otros lo que habían escuchado acerca del niño Jesús. (Lucas 2:17)
El viejo Simeón le dijo a María, la madre de Jesús: “Este niño está destinado a causar la caída y el levantamiento de muchos en Israel…” (Lucas 2:34)
La profetiza Ana dio gracias a Dios y comenzó a hablar del niño Jesús a todos…” (Lucas 2:38)
Palabras habladas son necesarias para que nuestro mensaje de perdón, nuestro elogio, nuestro amor, y también nuestro mensaje de Salvación por Jesús sea entendido. No es suficiente vivir bien. Es necesario también hablar bien (“bien decir”). Recién entonces serán bendecidas todas la familias de la tierra, y en tu vecindario.
Es por esto que entendemos que las palabras no habladas pueden matar, porque las palabras no habladas privan a las personas de recibir fuentes de vida nueva y vida eterna.
¡Hablemos, pues, del Evangelio de Jesús! Entonces Navidad y Año Nuevo serán ocasiones de vidas cambiadas.